lunes, 3 de marzo de 2008

Primera epifanía: el café.

Harry Cardosso, siempre he sido el mismo Harry Cardosso. Sin embargo, a veces siento que soy otro: Pedro Spinoza, Marcos Herrera, Paula Valdomar, funckin’ Emilio Fuentes de Vallegrande. Siento que la gente no me reconoce, que paso desapercibido por todos: yo, Harry Cardosso. Y de antemano disculpen la repetición excesiva de mi nombre, pero de alguna forma tengo que reafirmarme mi identidad.

Digamos que todas las mañanas voy al mismo cafetín a buscar el mismo café y la misma caja de cigarrillos: café con leche (calle), cuatro azucares regulares, Marlboro reds. Así, todas las jodidas mañanas me levanto del catre al que llamo cama. Me preparo, ustedes saben: erguirte, lavarte, mear, vestirte, desayunarte… todo eso. Después, bajo las escaleras grises; paso por el umbral de hierro; salgo a la calle; camino los cuatrocientos cincuenta y dos pasos hasta el cafetín. Mientras camino amanece y pasa el cabrón truck de la basura con Wisin y Yandel, pasan los carros de las mamás con los nenes hacia las escuelas (San José, San Antonio, La Milagrosa, la escuela esa rara por donde nace la Arzuaga; los otros nenes que van a la escuela no tienen carros), los viejos riopiedrenses de antes de las siete de la mañana, los tecatos se agrupan frente a las panaderías a pedir monedas, las guaguas de la Autoridad Metropolitana de Autobuses, las pisa-y-corres (nunca supe como escribirlas) : en fin, mientras camino al cafetín despierta la ciudad.

No se como se llama el cafetín, pero sí se que lo atienden una dominicana y un puertorriqueño y que cada mañana que entro en él siento como si entrara a un cafetín nuyorican en Lower East Side, aunque nunca he ido a Nueva York. A pesar de no saber su nombre siempre voy al mismo y suelo llegar, de lunes a viernes, alrededor de las seis y cuarenta y cinco de la mañana, hora local. Hago mi fila callado, espero un silencio, abro suavemente la boca como no queriendo hablar:

-Unos Malboro regular y un café para llevar.
-Cinco treinti-cinco.
-Gracias.

En los dos años y medio que llevo viniendo a este cafetín nunca me han devuelto las gracias. Ni un cabrón de nadas en fuckin’ dos años y medio. Durante los primeros seis meses pensé que era por la dominicana, pero después de que paso lo mismo con el boricua entendí que los dos, eran unos cabrones pendejos antipáticos conmigo. Yo llevaba viniendo consecutivamente a ellos con la esperanza de que me reconocieran, de que algún día me preguntaran casualmente como estaba o que me comentaran alguna molestia de esas que uno cuenta cuando quiere hacer conversación amable en las mañanas con los desconocidos. Pero nada. Simplemente me daban lo que pedía y volvían a los otros. Con ellos, los otros, sí que se relacionaban… hijos de puta.

-Mi amor, unas tostadas con mantequilla y un cafecito.
-Enseguida. ¿Cómo estan los muchachos?-contestaba sonriendo la dominicana mientras le daba la espalda al viejo que la llamaba mi amor para hacer las tostadas sobre un counter de mil colores, sucio y repleto de artículos inútiles que el tiempo aglutina sobre los espacios.
-Pues ya tu sae’ ahí, en la escuela y jodiendo con cojones. Como siempre, esos muchachitos no se están quietos.

Sonreía de nuevo, y preparaba el café. La maquina de café que tenían era una maquina de espressos, así que de una colada servia doble. Yo siempre me quedaba absorto mirando el humo que botan esas maquinitas cuando comienzan a silbar mientras cuelan el café, este es uno de los placeres que mas disfruto en las mañanas a pesar de ser un placer con difusión eréctil porque solo dura unos segundos. Luego de preparar el café del viejo ese (café, leche, palito para menear), toma el otro café y pregunta quien mas quiere. Se lo da sonriente a quien lo quiere (el otro café). Después vengo yo y pido el mío, pero conmigo nada de sonrisas. El trato frío y cruel de un extraño. Siempre salgo de ahí con la impresión de que soy otro, de que cada día por dos años y medio después de las siete de la mañana dejaba de ser yo. Pensé que era irreconocible.

Pero hoy todo fue distinto. Llegue como siempre: 6h43 en la mañana. Hoy el cafetín estaba singularmente repleto y solamente trabajaba la dominicana, el boricua no la acompañaba esta mañana. Entre en silencio y me acerque a la vitrina donde pude ver la avena maltrecha que vendían en aquel lugar, pollo frito, mangú, arroz, pernil. La vitrina estaba abarrotada de gente y yo estaba detrás de una vieja de esas que se creen de lo mas cool porque leen Primera Hora (esa mierda de periódico), siguen Objetivo Fama y usan combinaciones printed del SuperMercado de las Camisetas. La dominicana estaba frenética, parecía una jodida maquina: sirviendo café, haciendo desayunos (que es como un concepto: jamón a la plancha, huevos y tostadas redondas), bocadillos, contestando el teléfono, detallando cigarrillos a los viejos fumadores de guayaberas amarillentas que golpeaban impacientes el zafacón de plástico que había frente a la caja registradora. Era un caos el cafetín. Me dije a mi mismo, valga la redundancia, que nunca saldría de allí, que nunca me prestaría atención (la dominicana). Por razones obvias pensé que me ignoraría, que hoy seria otro de nuevo, que no se acordaría de mi porque nunca lo había hecho antes. Hasta pensé en un nombre alterno: Justo Caminos. Después pensé que era estúpido esto de pensar nombres y que en todo caso el nombre que pensé era estúpido también. Bueno, igual, lo importante es que me estaba dando por vencido: por primera vez en dos años y medio me iba a ir del cafetín sin los cigarrillos y el café, con las manos irremediablemente vacías. Justo cuando resolví virarme e irme, la dominicana me miró, se sonrió:

-Para llevar, ¿verdad?
-Eh… sí, gracias.

La puta me dio el café, por primera vez con una sonrisa, y yo le di los jodidos setenta y cinco centavos (ese día tenia cigarrillos del día anterior y no tenia tanto dinero), con una sonrisa también. Fue lo mas grande, me fuckin’ reconocieron: fui yo. Ahora podría venir todas las mañanas de mi vida a mi cafetín; sí, llamarlo mío e ir confiado, invulnerable, indisoluble, erguido, feliz a pedir mis cigarrillos y mi café y hacer preguntas triviales, estúpidas, como si me interesara la vida de la dominicana o la del boricua. Ellos me sonreirían y yo les devolvería la sonrisa. Nos diríamos adiós y me iría de mi cafetín. Quien sabe, quizás hasta comience a comprar el periódico por eso de poder comentar las portadas pendejas de la prensa, mas pendeja aun, del país. Y entre El Nuevo Día y El Primera Hora ser cool, como la vieja en frente mío con su vestido printed del SuperMercado de las camisetas.

Me fui y llovía afuera de mi cafetín. Me moje y recordé que era marzo y pensé en aquella canción “Aguas de Março” mientras fumaba el primer cigarrillo de la mañana y caminaba jodidamente feliz con mi cabrón café entre las manos:


É pau, é pedra, é o fim do caminho

É um resto de toco, é um pouco sozinho

É um caco de vidro, é a vida, é o sol

É a noite, é a morte, é um laço, é o anzol

É peroba do campo,é o nó da madeira

Caingá, candeia, é o MatitaPereira

É madeira de vento, tombo da ribanceira

É o mistério profundo, é o queira ou não queira

É o vento ventando, é o fim da ladeira

É a viga, é o vão, festa da cumeeira

É a chuva chovendo, é conversa ribeira

Das águas de março, é o fim da canseira”

No se hablar portugués ni brasileño.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que ironía, te sonrien y llueve, donde para muchos la lluvia representa tristeza. Pero uno llora de felicidad también. Espero que las proxima visitas sean de mejor agrado.

andorra s. dijo...

yo digo hell to the yeah

Quique Llano dijo...

repetición necesaria para la epifanía. es usual, la costumbre casi nos inmuniza a la posibilidad del cambio, en cierto modo nos rendimos, pero de repente, siempre aquel próximo café puede ser el tuyo.